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El hombre es religioso por naturaleza porque sabe que no se basta a sí mismo. Esta dimensión, presente ya en las culturas paganas, tiene su pleno cumplimiento y expresión en la Revelación.
La oración no hay que darla por supuesta, dice el Papa; hay que aprender a orar. Y nos propone una «escuela de oración» que recorre las grandes figuras del Antiguo Testamento (Abraham, Moisés, los profetas…), se detiene en los Salmos y culmina con Jesús, el hombre de oración por excelencia, que manifiesta la realidad más profunda en la que se puede expresar un ser humano. Concluye este libro con un apéndice acerca de la santidad, que reúne varias catequesis sobre algunos doctores de la Iglesia, maestros eminentes de oración.